¿Cómo es posible que la industria discográfica esté en crisis si se escucha más música que nunca?. Lo cierto es que, con la aparición de internet, todo ha cambiado. Querer continuar vendiendo millones de cds como en los años noventa es, se mire por donde se mire, estúpido.
Lo que la industria ha tardado en comprender es la necesidad de adaptarse a las nuevas circunstancias del mercado. Por mucho que se quejen, lloren o pataleen, internet no va a bajar la persiana.
La música no está en crisis; la entrada de un concierto cuesta, aproximadamente, el doble de un disco, y se están dando más conciertos que nunca. Algunos músicos, como Brett Anderson (ex de Suede), se atreven incluso a grabarse en concierto para vendérselo a los asistentes a la salida del mismo, in situ. No hace falta decir que esta idea ha resultado todo un éxito.
Otros artistas, menos elegantes, firman contratos multimillonarios con marcas comerciales por anunciar sus productos e incluso, como en el caso del hortera de Robbie Williams, cobran por vestir en exclusiva las colecciones de una determinada marca.
Además, los nuevos talentos tienen una ocasión única de darse a conocer gracias a páginas como Myspace, y las empresas contiúan utilizando la música en sus dinámicas promocionales como un buen valor añadido.
Paralelamente a los nuevos formatos musicales crece la industria tecnológica. La maravillosa multinacional Apple reflotó sus cuentas gracias al popular I-pod, un prodigio de diseño y tecnología.
El dinero entra como nunca en la industria musical y sus mercados satélites, la pregunta es ¿dónde?.
Los británicos Arctic Monkeys protagonizaron en el 2005 un boom que desafió todas las mentiras vertidas sobre internet y la industria musical; gracias a su increible talento y a la red, aprovechando el boca a boca y la distribución gratuita de sus canciones, alcanzaron la fama y el reconocimiento mudial. Su primer álbum se convirtió en el más rápidamente vendido en la historia del Reino Unido, alcanzando las 363.735 copias en su primera semana. Nadie sabía muy bien que responder a la pregunta que aquellos adolescentes imberbes lanzaron al mundo. "Who the fuck are Arctic Monkeys?"
Lo que la industria ha tardado en comprender es la necesidad de adaptarse a las nuevas circunstancias del mercado. Por mucho que se quejen, lloren o pataleen, internet no va a bajar la persiana.
La música no está en crisis; la entrada de un concierto cuesta, aproximadamente, el doble de un disco, y se están dando más conciertos que nunca. Algunos músicos, como Brett Anderson (ex de Suede), se atreven incluso a grabarse en concierto para vendérselo a los asistentes a la salida del mismo, in situ. No hace falta decir que esta idea ha resultado todo un éxito.
Otros artistas, menos elegantes, firman contratos multimillonarios con marcas comerciales por anunciar sus productos e incluso, como en el caso del hortera de Robbie Williams, cobran por vestir en exclusiva las colecciones de una determinada marca.
Además, los nuevos talentos tienen una ocasión única de darse a conocer gracias a páginas como Myspace, y las empresas contiúan utilizando la música en sus dinámicas promocionales como un buen valor añadido.
Paralelamente a los nuevos formatos musicales crece la industria tecnológica. La maravillosa multinacional Apple reflotó sus cuentas gracias al popular I-pod, un prodigio de diseño y tecnología.
El dinero entra como nunca en la industria musical y sus mercados satélites, la pregunta es ¿dónde?.
Los británicos Arctic Monkeys protagonizaron en el 2005 un boom que desafió todas las mentiras vertidas sobre internet y la industria musical; gracias a su increible talento y a la red, aprovechando el boca a boca y la distribución gratuita de sus canciones, alcanzaron la fama y el reconocimiento mudial. Su primer álbum se convirtió en el más rápidamente vendido en la historia del Reino Unido, alcanzando las 363.735 copias en su primera semana. Nadie sabía muy bien que responder a la pregunta que aquellos adolescentes imberbes lanzaron al mundo. "Who the fuck are Arctic Monkeys?"
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